Él trabajaba de camarero, estaba casado, nos veíamos a escondidas, pero no me importaba, porque jamás querré a alguien como lo quise a él.
Una noche me llamó desde el bar en el que trabajaba, diciéndome que quería verme, yo me resistí, no quería que nos viesen juntos, pero acabé yendo.
Al llegar me dirigió una sonrisa desde lo lejos, entonces me senté en una mesa junto a la ventana, se acercó a mí y me dijo:
-Mi jefe no está, en lo que te fumes un cigarro estamos solos.
Y así fue, comenzó a quitarle sus vasos a la gente y despacharla del bar, todos se marcharon, entonces me agarró de la mano, me levantó y me ofreció echar una partida al billar, yo acepté. Comenzamos a jugar y mientras nos besábamos, aparecieron por la puerta su hija y su esposa, con una pizza para cenar los tres juntos.
Su mujer estuvo a punto de lanzarse sobre nosotros, su hija la agarró y él se interpuso entre nosotras.
- Me voy- Le dije.
- Sigue jugando- Contestó él aparentando tranquilidad.
Ellas se sentaron en una mesa y nosotros seguimos jugando tan cariñosamente como antes, como si ellas no estuvieran. Al terminar, nos sentamos en la barra bajo sus atentas miradas.
- Ahora sí que me voy.
- Vale cariño...
- Te va a caer una impresionante en cuanto salga por esa puerta.
- Lo sé, no me importa.
Me besó y me marché. Esa noche no llamó, de hecho, no he vuelto a saber nada más de él.
Aquella pizza se enfrió, tanto como nuestro amor.
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